Hasta el fin del mundo, si hace falta.

Ópale sorteó con una impresionante facilidad los rayos láser y las trampas de seguridad. Se movía como un felino; más elegante que un gato, como una tigresa. Se abrió paso entre el verde espesor de la maleza selvática y descubrió la entrada a una cueva. Nos acercamos a ella; Ópale caminaba con paso decidido y seguro, como si supiera que era lo que había dentro de la caverna. Pero pronto descubrí, decepcionado, que no se podía entrar en ella. Unas enormes y gruesas puertas de hierro pintado de negro evitaban el paso de extraños. Ópale estiró el dedo índice de su mano derecha y lo deslizó por la pared. En un instante, una voz metálica inundó la cueva. No pude evitar sobresaltarme, la voz me había cogido por sorpresa. Pero mi musa no se inmutó, se mantuvo recta y altiva ante la puerta, esperando una indicación.
—Contraseña —dijo.
—El dolor de muelas no se cura con ir al dentista —contestó Ópale, firme.
—Verificado. Pronuncie su número de identificación para saber si es usted partícipe de La Organización o no —ordenó la voz.
—333HDFE9NNOP0QR6781L.
—Verificado. Ahora, por favor, sométase a la identificación facial.
Ópale se acercó todavía más a la puerta. Se agachó sutilmente hasta rozar el frío hierro con la punta de la nariz. Al cabo de unos segundos, una luz de un color verde enfermizo comenzó a escanear sus rasgos. Sus hermosos rasgos.
—Verificado —confirmó la voz, después de unos minutos.
Las puertas comenzaron a abrirse lentamente, provocando un ruido espantoso. Cuando terminaron de hacerlo, la estancia se iluminó, dejando ver, así, un pequeña sala que parecía ser un ascensor.
—Sígueme, pelirrosa —rio Ópale. Estiró el brazo hacia atrás y me agarró el dedo pulgar. Se giró y me besó apasionadamente, como si no hubiera un mañana. Bebí del beso y lo disfruté tanto como ella, saboreando cada milímetro de sus labios. Parecía que no iba a terminar nunca; mientras tanto, mi corazón intentaba escapar de mi pecho. Aleteaba con fuerza. Quería volar. El beso terminó, a mi pesar. Me acerqué a Ópale de nuevo para repetir la experiencia, pero ella no me dejó. Posó su dedo índice en mi boca—. Ahora no. Después habrá más, te lo prometo. Sígueme —repitió.
—Hasta el fin del mundo, si hace falta. 

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